miércoles, 6 de enero de 2010

El camino del no entender de Ella





El camino del no entender de Ella
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Muchos eran los caminos que había conocido aunque realmente nada de lo conocido era conocido, o más bien todavía no había latido dentro de ella ninguno de ellos.

En la era de las mujeres, en esos tiempos en que los matriarcados todavía poseían la tierra pero tantas veces le era cerrada a sus frágiles percepciones.
Solía soñar(o más bien pensar) con los encendidos letreros de las marquesinas en que estuviera escrito su nombre, algo como de afuera que le dijera quien era, algo etéreo e inexistente, como esas canciones que seducen instantes o solo endulzan porque esta así establecido en el sistema.
Ahora sientes
Ahora Brillas
Con tal cuerpo debes moverte
Por aquí pasa tu vida
Este era el mundo de las marquesinas que se abría a los pasos de las mujeres reclamando su misma esencia su más profunda sangre para dejar a un costado su mismidad, su propio no entender que la precipitaría al desconcierto y al abismo del conocimiento.

Mundo este de bagatelas bien presentadas, de espejos que alucinan y prometen hasta que la propia constatación de la falsa luminaria la dejaría a un costado como a una más, sin rostro ya, sin rostro ya para el amor.
Basto panorama de ofertas para lucir mejor ofrecidos por la reina del olvido o la princesa sin cara.
Dónde estoy se preguntó en ese instante y ya sus años le colgaban como un collar de estepas que la arrastraba más y más al suelo.
De repente, ya no vislumbró nada y su más perfumada y rosa femineidad la sorprendió vacía.
Entre las tantas Marquesinas le llamó la atención una que en realidad no era atractiva si se la miraba con los ojos que esas máquinas le habían puesto.
Esas máquinas que habían codificado su ser para hacerla algo destinado y preestablecido.
Con esto tienes que sentir…
Con estos llorarás…
De esto te alimentarás para conservar tu flaca silueta…


Maquinaria puesta en otra era donde los seres se habían sentido superados y habían sentido el NO PODER y eso les había como arañado hasta las entrañas para darles esta nueva piel que te proporcionarían las máquinas.
La nueva piel estaba perfectamente codificada y conducía todo tu organismo (ya que es el órgano más extenso no) a codificaciones precisas y a tales los estímulos apropiados a tal cosa.
Tal lectura debe estar así argumentada…
Tal película debe motivarte a esto…
Tal político te conducirá a tu felicidad y miles más bien billones de codificaciones repartidas sensorialmente y magistralmente controladas por un ordenador central que llevaba en la pelvis.

Qué sucedió para que ese día ella reaccionara con este cartel no sabemos, algo que tal vez se interpuso entre su piel y el objeto, un aviso que se había silbado tras los árboles que aun quedaban, una mirada que quiso no entender, o tal vez un viejo amor que en ella hizo estragos de nuevo para tomarla y desacomodarla de su piel.
Precisamente tal vez fue algo de todo esto, lo que a nosotros nos quedó es que se detuvo, sólo se detuvo como nunca ante ella misma y se percibió extraña y sin duda tuvo miedo ante el abismo que se le presentaba, la misma soledad de sí misma.
Lo claro fue que se detuvo ante el cartel amarillento y ajado que mostraba como un camino sembrado de huellas que parecían tener vida. Acostumbrada ella a caminos que no conducían sino a otras luminarias que no se abrían a ningún lado. Ante esto, ella percibió como una invitación que le hacía una especie de voz que nunca antes había codificado, que justamente se salía de todas las codificaciones que portaba ahora su descontrolada piel que se le empezaba a caer.

Así fue que como deslizándose desde sí misma (aunque ahí empezó a percibir que esto no lo controlaba) que fue cediendo no sin un dolor intenso su piel tan estéticamente pensada por aquellos sombríos depredadores de lo propio, que le habían silenciado su más profundo ser.
Se sumergió en una vaguedad de vaguedades en un ensueño primordial, como esos lapsos que tenía en aquellos viejos sueños hasta que fueron controlados por la también tan maravillosa maquina de los Sueños Necesarios que también le habían aplicado.


Este ensueño se le soltó y la tomó, no tenía ningún poder sino era llevada al sin razón que tanto la aterraba en su comienzo, pero que luego la fue cobijando con ropas frescas de sensaciones nuevas.

Desde la lejanía empezó a divisar una figura que sólo había visto en unos libros virtuales y que ahora se le acercaba ceremoniosamente y con andar pausado como dejando que la naturaleza le mirara, incluso le hablara. Era un caballo magestuoso con sus ojos de amigo y venía cantando una canción

Dejo deslizar la vida
Y asi me dejo andar
Ahora se quién soy
Cuando me hago en la senda.

Suelo caminar por los abismos
Para percibirme vivo
No tengo el control
Ese es el néctar del que me fío.

Suelo mirarme en los arroyos
Para sentir mi pelo
Cabalgo entre los ángeles
De ellos es mi cuerpo.

Dejo deslizar la vida
Y así me dejo andar
Ahora sé quién soy
Cuando me hago en la senda.

Se detuvo con el último sonido del estribillo y no hicieron falta palabras, o tal vez ahora la palabras decían y cobraban vida como dando paso, tal vez por primera vez, a la vida.
Se dejó andar ahora ella en el lomo del caballo como conociéndolo desde siempre, como el siempre esperado para conducirla solo delicadamente llevada a Ella misma.

Nos estábamos nosotros ante esta tierna escena que se daba cada tanto en estos días de Junio, donde los árboles bajaban sus brazos para que los podáramos; nos acercábamos al Portal al final de los caminos blancos para ver como otros se acercaban, pero todavía no era el instante para hablar con Ella, faltaban largos recorridos o cortos pero intensos.


Ella miró hacia atrás desde su cabalgadura roja y se sintió atraída a aquellas configuradas cotidianidades programadas, todavía había mucha piel para descamarse, o más bien, para precipitarse a un sin salida.
La ciudad estaba lejos pero se le presentaba de nuevo tras de ella, oscura y semidormida tras un círculo perfecto adornada por bienestares que ahora a ella empezaba a percibir como impersonales.
El corcel se detuvo y esto la dejó intrigada, como una respuesta de los colgajos de piel que todavía le tiraban. Se sintió sola aunque esto era nuevo recordó las fiestas y los arrebatos de sus estímulos y a esos hombres frisos que la tocaban para poseerla en uno de esos tantos bares que le habían asignado en los lúgubres callejones del olvido y de la celebración necesaria.

Creemos que sintió culpa, todos hemos pasado por ella: tiro terrible que nos paraliza y nos maniata hacia el pasado no resuelto, todo en el devenir contante a que nos habían acostumbrado a resolverlo todo y a hacer una oración de ello, un rito infecto en donde todos solucionábamos todo.

Sintió ella el pecho frío y ajado de la soledad o más bien del aislamiento, después, con el sisear de los eternos días, descubriría que la profunda soledad de los lagos Nuevos era siempre fecunda, se daba en colores y afectos sin reparo ni prejuicios y que sería para ella su nueva piel que la seduciría.
El dolor era muy intenso y la música fría del caos la irrumpía como dejándola más expuesta a sí misma y a los avatares del viento.
Se sintió desnuda, exhibida al todo que la hería pero la abría en una sangre nueva que desplazaba los últimos girones de piel muerta.

Queríamos estar con ella y no podíamos asirla, nos brotamos en una lágrima que se hizo arrollo descolgada en el lago.
Nos hicimos memoria de nuestro dolor, pero sabíamos del paso y nos llegamos con nuestra sonrisa que para entonces era una ceremonia que sólo celebrábamos cuando alguien como ella se aproximaba a nuestros bosques abiertos, donde las flores nuevas se dejaban fecundar por nuestro rocío.






Era ya el ocaso de esos lugares sin lugar que ahora le hablaban y por primera vez el poder no le pertenecía, sus pieles eran fecundadas por nuevas palabras, en realidad, recién tenían forma de palabras que hoy le decían tantas cosas pero que suavemente iban penetrando su vientre niño y se hizo una canción en los labios de Ella

Me voy siendo en los silencios
Voy viendo un nuevo color
Se desgrana de mis dedos

No fueron tiempos aquellos
Sólo fueron húmedos letargos
Musas muertas
Entre tantas ofrecidas luminarias


No se deslizaban palabras
Sólo eran mortajas de vida
Seres inconexos
Entre vaivenes de soberbia.

Me voy siendo en los silencios
Voy viendo un nuevo color
Se desangra de mis dedos.

Ahora aparecen las serenidades
Caminan los niños en la duna
Musas vivas y verdes
Sobre pieles nuevas.

Instantes de melodías
Frutas frescas del renuevo
Poemas en tus ojos
Sobre el camino blanco.

Me voy siendo en los silencios
Voy viendo un nuevo color
Se desangra de mis dedos.